martes, 16 de agosto de 2022

Tinto de verano en otoño

 


Al otro lado de la barra una sonrisa jugaba con su boca y un par de ojos danzaban chispeando luces de estrellas. Yo no pude continuar el paneo aficionado, costumbre inútil de mi frustrado sueño de cineasta y tuve que hacer un encuadre fijo mientras mi mano iba del mostrador a mi boca en un sube y baja de regular ritmo y el vaso se vaciaba en cada subida. Cuando tuve que cambiar de ángulo para disimular que oía a mi amiga. Mi nublado cerebro se vació; con esfuerzo hice la maniobra de simular atención al diálogo y me volví de nuevo hacia aquellos ojos volcanes que en esos momentos seguían moviéndose como gatos juguetones. Estábamos en un bar de la Latina en un día domingo cuando los gomosos o resacosos acuden a mojar sus resecos paladares. En uno de esos Bares, hace 8 años Bill Clinton entro también a beber vermut en este mismo lugar.

Yo bebía un vermut última conquista de mi paladar gracias a la recomendación experta de mi amiga. Era un bar vasco y las boquitas o tapas como las llaman acá se esparcían en variedad por encima del mostrador al alcance de las manos inquietas de cumplir con el mandato de la neurona que manda la señal desde el cerebro.  Al acabar mi trago me dijeron que nos fuéramos, yo quise beber mi última copa deseando que aquel par de luceros alumbraran hacia mí. Pedí otro vermut esperando también que apareciera en mis labios las sonrisas que produce esta bebida, según el cubano novio de mi amiga, a esta bebida se le conocía como coctel de sonrisas.

Al salir de aquel bar nos separamos, yo empecé a caminar por La Gran Vía y después de un rato decidí entrar a un museo del jamón.  Ordené un tinto de verano y una tapa de aceitunas Parado junto a la barra o mostrador, pensaba o luchaba con mis demonios interiores. Yo no podía terminar de controlarme, era al revés, mi demonio me dominaba y eso después de una larga disciplina de autocontrol y de utilizar mas el cerebro que mi corazón y emociones. El museo estaba lleno, el vocerío subía hasta las grandes piezas de jamón entero que había colgados de todas partes. El camarero se movía en la atención de los clientes con una destreza de bailarín en tarima pequeña y en medio de un gran elenco. La coreografía incluía sus compañeros de danza y a centímetros el público sediento o hambriento. 

Hace ya dos horas que había salido del museo, del otro. El Prado era gratis los domingos y las multitudes se movían en oleadas por las salas buscando las pinturas más famosas. Otros como borregos tras el pastor seguían a alguien generalmente alguien veterano y con cara que hacía juego con el museo. Viendo las piernas colgantes hice una elipsis a las figuras del Bosco. Eso me hizo pensar que estaba más borracho de lo que realmente estaba. Las visiones pasaron a la edad media europea y luego o casi simultáneamente por el periodo clásico maya. Que juegos puede hacer la mente al correr de una banda al otro en la enorme cancha del tiempo, mucho más grande que la del espacio. 

Cada vez estaba mas apretado ahí junto al mostrador. Habían llegado otros clientes y se apiñaron como pudieron, también junto a la barra. Yo saboreaba mi tinto para que nunca se acabara. En el bolsillo derecho, como acostumbro después de una de tantas veces que vote un billete, ubicado en el mismo bolsillo que las monedas. Ahora aparte y mas bien solas las monedas porque eran las única que andaba. Estas no alcanzaban más que para dos tintos más. 

Terminando el penúltimo sorbo de mi trago. El vecino de al lado siguió con so monólogo… pero en momentos paso a casi dialogo por su intención, pero la interlocutora apenas si correspondió con un par de palabras. El se disculpaba y seguía disculpándose. Había empujado sin querer a se cuerpo flacucho, imitación de las maniquíes de Cibeles. Por ratos ponía atención a su perorata…había algo interesante en su locura. Acá entre tanto normal, la locura es identificable, y sobre todo relacionado con quienes no hablan del modelo de móvil o de las canciones en las últimas de mp3 que has bajado o de la visita a ese gran almacén que empieza con f.   

¿No tienes fuego? ¿No te molesta que fume? Esas fueron sus preguntas y de repente estábamos en El Salvador. 



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