sábado, 12 de abril de 2025

La danza del Solsticio


CAPÍTULO 1 : Danza de la Memoria 



1

    En la materia de estudios sociales, el profesor habló de 1932, eran las primeras clases del nuevo año,  les dijo que hacía poco se conmemoró una fecha muy importante para el país que tiene mucho que ver con la comunidad y con sus abuelos.  Sentada en la segunda fila, Sochi soñaba despierta, como cuando pequeña jugaba a que tenía superpoderes y que en su comunidad tenía escondida una cueva en la que ocultaban sus armas especiales para combatir monstruos. Mientras el profesor hablaba de la historia que habían sufrido sus antepasados, en la mente de Sochi se desarrollaba otra historia:  su pueblo estaba en un momento transcendental, y ella tenía la misión de recuperar la riqueza de sus ancestros. En su visión, un grupo de jóvenes danzaba en círculo alrededor del fuego,  se movían en dirección de las agujas del reloj y al centro la llama de una ofrenda sagrada se levantaba con fuerza, en el grupo estaba ella danzando, dio un paso al frente sosteniendo en sus manos una piedra de jade con la figura del jaguar que irradiaba una potente luz, se acercó un poco más al fuego que ahora  lanzaba llamaradas de unos dos metros de altura. A lo lejos una voz la nombraba, la voz le parecía familiar, creyó que era un antiguo sabio o su abuelo...Sochi, gritó el profesor. 
––¿Sí, profesor?––La voz del profesor la trajo de vuelta.
—Sochi, ¿quién fue Feliciano Ama? 
Parpadeó, desorientada, pero la respuesta brotó sin esfuerzo:
—Un líder que peleó por nuestro pueblo.
El profesor asintió con solemnidad y continuó exponiendo el tema.
—Feliciano Ama fue más que un líder, fue el vaso que recogió el dolor, la indignación y la esperanza de todo un pueblo y se convirtió en un símbolo. En 1932, cuando la tierra ya no pertenecía a quienes la trabajaban, cuando los abuelos de sus abuelos eran tratados como extraños en su propio hogar, los indígenas se levantaron en Izalco, Nahuizalco, Juayúa y muchos otros pueblos. Querían justicia. Querían recuperar lo que les habían arrebatado. Fue uno de los rostros más visibles de un movimiento que se levantó con tanta fuerza como la erupción del volcán de Izalco que también se dio por esos días…pero no fue suficiente, el levantamiento fue aplacado con sangre y las represalias continuaron muchos años después. ––Sochi sintió un nudo en la garganta. Algo se desgarró en su interior. 
—Miles fueron asesinados. No solo hombres, también mujeres, ancianos, niños. Muchas de las víctimas ni siquiera habían participado en el levantamiento, pero fueron ejecutadas simplemente por ser indígenas o sospechosos de apoyar la rebelión. El idioma de sus abuelos casi desaparece desde aquel año, muchas comunidades optaron por dejar de hablar su idioma náhuat y ocultar sus tradiciones por miedo a nuevas represalias. Desde entonces han intentado borrar la cultura indígena a través del terror. Las ceremonias de nuestros ancestros fueron prohibidas, sus nombres cambiados. Pero hay algo que ni la violencia ni el miedo pudieron borrar: la memoria. Mientras recuerden, mientras hablen en su lengua, mientras canten y sigan danzando, su pueblo no desaparecerá.––Con estas solemnes palabras, el profesor concluyó la clase.
A la salida de la escuela, Sochi caminó en silencio, con las palabras del profesor latiendo en su pecho. Su abuelo aún hablaba en el idioma de sus ancestros,  y las abuelas de la comunidad aún tejían bordados que contaban historias sin palabras. Cada bordado, cada cántico, cada piedra de jade era más que un objeto: era una prueba de que su pueblo no había sido vencido.
Pensó en Feliciano Ama, colgado en la plaza de Izalco, pero también pensó en su madre, en su abuela, en todas las mujeres que, con manos firmes, tejían los hilos de la historia. La resistencia no siempre llevaba machetes o lanzas. A veces, la resistencia era seguir existiendo, practicando en silencio los valores ancestrales, a la espera de que nuevas voces griten por lo alto que el pueblo náhuat no ha muerto.
Esa noche no podía dormir, recordaba las palabras del profesor y también la danza que había imaginado durante la clase  y entonces vinieron a su mente las palabras que el abuelo le había dicho cuando era niña: "podes viajar a través de los sueños y conectarte con nuestros antepasados". Antes de quedar dormida, Sochi entendió que algo muy fuerte estaba por despertar.

2

Después de regresar de un viaje a las montañas de Xela y participar en una ceremonia del Waxaquib' B'atz' con tata Pixtum, Martín, Felipe y Rigo descendían por los caminos empedrados con el alma encendida. El aroma de la tierra húmeda y el incienso de copal aún impregnaban sus ropas, y en su pecho latía la certeza de que estaban a punto de emprender algo más grande que ellos mismos.
Venían con un sueño claro: fundar una organización que trabajara en la cosmovisión y en la reconstrucción de su identidad como pueblo. Creían que la mejor ruta no era inventar algo nuevo, sino rescatar lo que había sido silenciado. Desde 1932, la represión había tratado de borrar sus raíces, pero en las comunidades indígenas aún vibraban los ecos de un pasado que se negaba a desaparecer. Ahora, con un nuevo ciclo en los calendarios ancestrales a punto de comenzar, sentían que era el momento de renacer. Una nueva era estaba por abrirse, y con ella, nuevos desafíos.
Llevaban años organizándose con el propósito de conocer y practicar la cultura ancestral: aprender el idioma náhuat, realizar ceremonias en honor a los abuelos, la madre tierra, el padre sol y los cuatro puntos cardinales. Pero con el tiempo comprendieron que no bastaba con estudiar desde la distancia; su misión era sumergirse en las comunidades indígenas, trabajar a su lado y acompañarlas en la recuperación de sus valores ancestrales.
Para dar el primer paso, Felipe y Martín convocaron a los demás compañeros a una ceremonia el domingo a las siete de la mañana en la cumbre del cerro Tecana, que junto al lago de Güija eran los  centros energéticos para sus prácticas ceremoniales. A las siete de la mañana subieron al cerro y cerca de la cruz encontraron una pequeña explanada propicia para poner el altar maya. Limpiaron un espacio, colocaron velas de colores y quemaron copal en una breve ceremonia, en la que invocaron a los cuatro puntos cardinales y al corazón del cielo y al corazón de la tierra y pidieron a los ancestros energía y sabiduría para que la organización se fortalezca.
Después de hacer la invocación, se sentaron alrededor del círculo de las ofrendas y comenzaron a hablar sobre el propósito para el cual les habían convocado: formalizar la organización para que pueda trabajar en las comunidades indígenas impulsando el rescate de los saberes ancestrales, y que en el reciente viaje a Guatemala, los tatas les habían indicado que esa era una misión revelada por los abuelos.  Varios compañeros estuvieron de acuerdo, pero algunos no estaban convencidos de que la mejor manera pasar a crear una institución que tuviera que legalizarse y que manejara fondos.
El grupo discutía constantemente, algo que Martín solía criticar. Las diferencias retrasaban las decisiones, pero al final lograron ponerse de acuerdo en algo fundamental: el nombre. Optaron por Ejekat Tunal, que en náhuat significa Viento del Sol, un nombre con significado profundo. No solo evocaba el nuevo ciclo del Quinto Sol, según la cuenta larga de los mayas, sino que también representaba el cambio que anhelaban impulsar.
Habían estado siete años practicando la cosmovisión maya con la guía de un ajq'ij k'iche'. Tata Pixtum, un líder cachiquel con conexiones con guías espirituales de México y Estados Unidos, les había acompañado en el proceso. Pero desde hacía un tiempo habían contactado  con una organización de ajq'is quichés que a la vez tenía coordinación con comunidades indígenas quechuas y aimaras, lo que les daba una mayor proyección a su lucha. Dos ajq'is de esa organización, sus principales líderes, les estaban motivando a trabajar más de cerca con las comunidades indígenas en El Salvador. 
Por eso en la reunión también  acordaron trabajar junto a comunidades indígenas en Sonsonate, donde tenían contactos con líderes que podrían organizar ceremonias conjuntas. Aunque todos venían de entornos distintos, compartían un mismo anhelo: reconstruir lo que la represión había intentado borrar.
Al terminar la reunión, el hambre ya se había manifestado, así que  sacaron los panes con frijoles que habían llevado y los compartieron entre bromas que permitieron relajar la tensión que había dejado la discusión. Felipe miró las cenizas que aún humeaban y dijo:
—¿Notaron cómo el fuego se inclinó la mayor parte al occidente y luego se levantó con fuerza?
Martín asintió, terminando su último bocado.
—Sí. Eso significa que vamos en el camino correcto, pero que tenemos que poner más empeño en trabajar con las comunidades indígenas.
Algunos hicieron gestos de aprobación. Solo dos compañeros mantuvieron una expresión rígida, aún continuaban inseguros, sobre todo con la idea de formalizar la organización. Para ellos, un proceso que implique institucionalizarse significaba estar controlados y amarrados por el gobierno.
Terminaron de comer y, sin prisa, comenzaron a descender por la vereda que los llevaría a la parte trasera del cerro, donde el cementerio de la ciudad se alzaomo un testigo silencioso de una buena parte de su historia.

3

Martín Álvarez recién había terminado su carrera como sociólogo, gracias a una beca y a los ingresos extras que obtenía trabajando durante las vacaciones. Ahora que estaba por graduarse, sentía una responsabilidad aún mayor hacia su familia: sus padres y cinco hermanos, quienes todavía estudiaban y con quienes compartía una humilde casa de adobe en las afueras de la ciudad. Para ayudarles, necesitaba encontrar un trabajo estable cuanto antes.
Recostado en una hamaca bajo un árbol de mango, sostenía un libro abierto apoyado en sus piernas. Se suponía que leía, pero su mente no dejaba de dar vueltas. ¿Cómo compatibilizar sus sueños con su responsabilidad familiar? ¿Cómo podría seguir apoyando a la organización, que ahora requería más esfuerzo y recursos? En la última reunión, se había comprometido a visitar comunidades indígenas para coordinar con sus líderes, pero ni siquiera tenía dinero para los pasajes.
Las opciones se le agotaban. O conseguía un trabajo estable, aunque eso significara alejarse de su visión y de su pasión por la cultura, o seguía luchando sin garantías. Siempre había trabajado por temporadas en el beneficio de café cercano, incluso durante su último año en la universidad. Pero ahora, con su título en mano, quería ejercer su profesión y aportar más al movimiento indígena al que se había entregado desde los inicios de su carrera. Cada día que pasaba sin respuestas a sus solicitudes, la angustia crecía. Había enviado currículos y presentado una oferta técnica y económica para una consultoría, pero el tiempo corría y pronto tendría que aceptar cualquier trabajo para poder sobrevivir.
Frustrado por no poder concentrarse en la lectura, se levantó y caminó hasta la casa de un amigo que tenía internet. Le pidió prestada la computadora y revisó su correo, esperando noticias de su hermano en Estados Unidos, a quien le había pedido un préstamo para comprarse una portátil con la esperanza de conseguir empleo más rápido. Pero su hermano no había respondido.
En cambio, vio un correo de un organismo internacional. Su corazón dio un salto.
Lo abrió con manos temblorosas y comenzó a leer. Sus ojos recorrieron las primeras líneas con cautela, luego más rápido, hasta que la emoción lo desbordó.
Su oferta había sido seleccionada.
Le esperaban para una reunión esa misma semana y le pedían que se pusiera en contacto de inmediato y, más abajo, aparecía el número al que debía llamar.
Unió las palmas en señal de plegaria y cerró los ojos. Aunque hacía tiempo que había dejado atrás la religiosidad católica, murmuró: "Gracias a Dios."
La consultoría consistía en una investigación sobre la realidad cultural indígena náhuat en las comunidades de Nahuizalco.
El futuro, que hasta hace un momento le parecía un túnel sin salida, ahora se alzaba como una luz en el horizonte, una nueva posibilidad que comenzaba a tomar forma.

4

Con el anticipo en mano, viajó a Nahuizalco para desarrollar la primera actividad de su plan de trabajo, aprobado por la asociación internacional que financiaba la investigación. Su primer paso fue reunirse con el departamento de promoción social de la alcaldía para obtener información sobre las comunidades y los contactos de sus líderes.
Tras una hora de espera, la secretaria finalmente le indicó que el gerente de promoción social podía recibirlo. Martín entró en una pequeña oficina donde un hombre de mediana edad lo esperaba tras un escritorio. Sobre la mesa había un par de libretas y cuatro libros de filosofía y ciencias políticas. Desde el primer momento, el funcionario mostró reticencia a colaborar con la investigación y adoptó una actitud distante y con poses intelectualoides.
Sin embargo, luego de un rato de conversación, Martín mencionó que ya había hablado de la investigación con algunos amigos en la secretaría de cultura del gobierno. De inmediato, la actitud del funcionario cambió. Con mayor disposición, le proporcionó los nombres de algunos promotores que trabajaban directamente con las comunidades indígenas y llamó a la secretaria para que lo llevara a la sala donde se encontraban.
Allí, Martín fue recibido por Pedro Cruz, promotor encargado de los cantones Pushtan y Tajquij. La reunión fue cordial, y Martín se dio cuenta de que Pedro compartía su interés por la cosmovisión indígena. Convencido de que podría ser un aliado clave para Ejekat, intercambiaron contactos. Pedro le explicó el trabajo comunitario que la alcaldía realizaba con las comunidades indígenas y lo invitó a una asamblea de líderes comunitarios programada para el sábado siguiente.
Al despedirse, Martín le preguntó dónde podía tomar el bus hacia Sonsonate y si conocía algún comedor cercano, ya que era mediodía. Pedro le indicó el lugar de salida de los buses y, antes de que Martín se marchara, le propuso almorzar juntos para seguir conversando sobre el rescate de la cultura ancestral.

5

El amplio salón de reuniones de la alcaldía ya estaba ocupado por varios líderes comunales del municipio cuando Martín entró apresurado, preocupado por su atraso. Sin embargo, al instante se dio cuenta de que la reunión aún no había comenzado. Con la mirada buscó al promotor Pedro Cruz, pero al no verlo, salió al pasillo con la esperanza de encontrarlo. Justo cuando regresaba al salón, Pedro apareció, cargando unas galletas, acompañado de otros promotores que llevaban una cafetera y vasos desechables. Se saludaron y entraron juntos.
Tras acomodar lo que llevaban, uno de los promotores se puso al frente y anunció que el gerente de promoción social estaba por llegar y que el alcalde se disculpaba porque no podría asistir a la reunión. Durante los minutos siguientes, más líderes comunitarios fueron llegando. Pedro aprovechó el momento para presentar a Martín ante Fermín Lúe, líder comunitario de Tajquij, Alonso, profesor de la escuela de la misma comunidad, y Manuel Ramírez, representante de Pushtan. Explicó que Martín estaba ahí para realizar una investigación en sus comunidades.
Martín los observó detenidamente, esperando alguna reacción. Sin embargo, sus rostros eran como muros impenetrables: ojos fijos en dirección al promotor, labios sellados, como niños resistiendo a tragar una medicina amarga. Parecía que las palabras que escuchaban no les provocaban ningún significado. Cuando Pedro terminó de hablar, ante el silencio prolongado, preguntó:
—¿Qué piensan?
Antes de que alguien respondiera, Martín intervino.
—Yo pertenezco a una organización para el rescate de la cultura indígena…
No pudo continuar. Un ruido de sillas interrumpió la reunión. Al voltear, vieron entrar al gerente de promoción social acompañado del alcalde. De inmediato, todos ocuparon sus asientos con la expectativa de escuchar algún anuncio importante para sus comunidades. Sin embargo, tras un breve saludo, el alcalde se disculpó y explicó que debía salir a un compromiso urgente en San Salvador. La reunión continuó bajo la dirección del gerente, pero sin aportar ninguna información relevante.
Al finalizar, los líderes se levantaron molestos. No habían recibido las respuestas que esperaban ni anuncios concretos para sus comunidades.
Antes de que se marcharan, Martín buscó a Pedro con la urgencia de quien sabe que no puede dejar escapar una oportunidad.
—¡Pedro! ¿Puedes detener a los líderes un momento? Necesito hablar con ellos.
Pedro asintió y ambos salieron apresurados tras ellos. Por suerte, los tres líderes caminaban juntos en dirección a la salida. Pedro los alcanzó y, con un tono más cercano, les pidió que se quedaran un momento.
—Antes de que se vayan, escuchen al compañero Martín.
Martín no dejó pasar el detalle. Sonrió levemente al notar que Pedro ahora lo llamaba "compañero". Aprovechó el momento y comenzó a hablar.
Les explicó sobre la investigación, enfatizando la importancia de sistematizar los conocimientos ancestrales que aún se conservaban en sus comunidades. Luego, les habló sobre su organización y el interés que tenían en coordinar con ellos para impulsar las prácticas de las ceremonias ancestrales y la medicina natural.
Fermín Lúe fue el primero en hablar.
—¿Y qué necesitas de nosotros para la investigación?
—Que reúnan distintos grupos dentro de sus comunidades: ancianos, mujeres y jóvenes. Queremos organizar talleres donde podamos abordar diferentes temas y recopilar sus conocimientos y experiencias —respondió Martín.
Manuel intervino con evidente desconfianza.
—Mire, en nuestra comunidad ya no hay mucho interés en esto. Muchos han venido con promesas de hacer algo con nuestros conocimientos y al final solo se han aprovechado de nosotros.
Fermín asintió en acuerdo. Solo el profesor Alonso intentó suavizar la conversación.
—Es cierto, pero también es importante dar a conocer nuestra cultura antes de que desaparezca por completo.
Los líderes se miraron entre ellos y finalmente dijeron:
—Lo vamos a pensar.
Martín reconoció el significado real de esas palabras: una forma diplomática de decir que no.
Salieron juntos de la alcaldía. Solo Pedro se quedó atrás, excusándose con la necesidad de terminar unos informes.
Cuando Martín y los líderes estaban a punto de despedirse, un hombre se les acercó. Su rostro risueño y su aire paternal le resultaron familiares. Vestía un cotón blanco y de su hombro derecho colgaba una cebadera tejida con hilos rojos y azules, con la figura de un quetzal bordada al centro.
—¿Ya no me conoces? —dijo el hombre con una sonrisa.
Martín quedó sorprendido.
—¡Taaata Víctor!
Los líderes también lo saludaron con respeto.
—Qué bueno que al fin están coordinando con estos señores —comentó el anciano.
—¿Ya se conocían? —preguntó Fermín, intrigado.
Víctor asintió con orgullo.
—Sí, con Martín y sus amigos de Santa Ana venimos trabajando desde hace años. Hemos compartido ceremonias en Guatemala.
—¿Ya no han ido donde tata Pixtun? —le preguntó a Martín.
—No, hace tiempo que no pasamos por ahí.
Manuel, curioso, intervino:
—¿Y qué andas haciendo por acá? ¿Venías a la reunión de la alcaldía?
—No, solo vine a Nahuizalco a comprar unas artesanías para nuestras ceremonias…
Martín vio la oportunidad perfecta para retomar la conversación con los líderes.
—Tata Víctor, justamente estoy hablando con los amigos aquí para coordinar con nuestra organización y para trabajar en una investigación que me han pedido. Lástima que no incluyeron San Ramón en el plan de trabajo.
—Bueno, aquí ellos te pueden apoyar —respondió Víctor.
Fermín cruzó los brazos, pensativo.
—Podríamos tener una reunión en la comunidad.
El profesor Alonso, más animado, agregó:
—A mí me llamó la atención la coordinación que tienen con los sacerdotes mayas y su participación en las ceremonias. Me encanta la cosmovisión de nuestros pueblos originarios. Pero si realmente quieren conectar con la raíz, deben enfocarse en la cultura náhuat, la que aún sobrevive aquí, en estas comunidades.
Martín asintió. Sabía que tenía mucho que aprender sobre la espiritualidad náhuat, pero también tenía claro que necesitaban un tata náhuat-hablante para guiarlos.
—Podríamos incluso impulsar una escuelita de lengua náhuat —sugirió Martín.
—Tenemos estudiantes interesados en este conocimiento —agregó el profesor—. Y hay un par de líderes comunitarios que podrían sumarse. Esto podría ser el inicio de algo importante para la comunidad.
Martín anotó los contactos de cada uno.
—¿Y usted, tata Víctor? ¿Va a seguir comprando?
—No, ya voy de regreso a mi casa.
—Pues vamos juntos.
Tomaron el bus a Sonsonate. Desde ahí, Martín continuó su viaje hacia Santa Ana y tata Víctor partió hacia San Ramón.

6

Martín y Felipe viajaron  a una  reunión con los ajq'js en Guatemala. A pesar que estaba abierta la participación a todos los de la organización, viajaron solo ellos dos, asumiendo cada uno los costos. Una de las formas más económicas para viajar es transbordando, por eso tomaron un bus a la frontera de San Cristóbal y de ahí tomaron otro a la capital.  El viaje se había adelantado luego que Martín informara sobre sus reuniones en Nahuizalco y que Felipe sobre una invitación del Consejo de Ancianos de Guatemala para asistir a una reunión la semana siguiente. Querían discutir el posible apoyo a un proyecto en El Salvador. 
Al llegar a las oficinas del Consejo de Ancianos, los recibió el aroma de tabaco y copal ardiendo en un brasero de barro. Los muros estaban cubiertos de calendarios mayas y códices antiguos.
Habían llegado temprano, tenían una hora de por medio de  la reunión, así que optaron por salir a recorrer los alrededores. A unas cuadras encontraron la librería Cholsamaj, especializada en publicaciones mayas. Había varios libros que les llamaron la atención, pero como el dinero era escaso solo los apreciaron. Martín se quedó admirando una agenda maya y le gustó mucho por su diseño y tamaño; era de pasta dura, con información sobre los nawales y las ceremonias. Aunque ya habían comprado agendas mayas en la oficina de los tatas, estas eran muy pequeñas. Después de valorarlo por un rato, Martín decidió comprársela  porque necesitaba suficiente espacio para anotar sus actividades ahora que estaba realizando una consultoría y porque le había gustado mucho el diseño. Por su parte Felipe, perdido en su lectura sostenía en sus manos el libro Enseñanzas Mayas.
––Y qué, ¿te lo vas a comprar?––preguntó Martín.
––Está interesante, pero ya casi no me quedan quetzales.
––Compralo, te voy a dar lo que hace falta, y vamos a un banco a cambiar más dinero porque ya también ya tengo pocos quetzales.
Esa noche, se hospedaron en un pequeño hotel en la zona uno. Tras dejar sus mochilas, salieron a explorar la ciudad. Se perdieron entre callejones y terminaron en el mítico bar Las 100 Puertas, donde las historias se entretejían con el sonido de la música en vivo y el aroma de ron y cerveza.
A la mañana siguiente, con el sol apenas asomando entre los tejados, se dirigieron a la reunión con el anciano principal y el director ejecutivo de la organización maya. Al entrar, notaron la importancia y seriedad de la reunión.
Después de escuchar el informe que le habían dado sobre los contactos realizados con líderes de comunidades en el Salvador, director ejecutivo habló con voz pausada:
—La coordinación con la comunidad náhuat de Nahuizalco llega en el momento justo. Los cooperantes de Países Bajos han aprobado la expansión a otro país de Mesoamérica del proyecto Fortalecimiento del desarrollo endógeno en las comunidades indígenas. Si ustedes están dispuestos a ejecutarlo en El Salvador, contarán con nuestro apoyo.
Las palabras les sonaron a música a Felipe y Martín que  se miraron, conteniendo la emoción.
—Nosotros ya dimos el primer paso con la comunidad —respondió Martín, tratando de mantenerse sereno—. Sí,  hacerlo.
La decisión estaba tomada.
–Hemos empezado a trabajar en formalización de la organización, ya tomamos el acuerdo y con esta buena noticia, vamos a hablar con los compañeros para acelerar el proceso para tener todo listo.
––Eso es importante porque van a necesitar tener la organización legalizada por el gobierno para que abran una cuenta bancaria. ––Observó 
Al atardecer, el anciano Tecún los invitó a la terraza para una ceremonia. Cuando el sol se ocultó tras los volcanes, encendió una fogata con leña de ciprés y sahumerios de copal. Su voz, profunda y ancestral, recitó oraciones en lengua maya mientras esparcía maíz y cacao sobre las llamas.
Después, en el silencio sagrado de la noche, sacó un puñado de semillas rojas y negras para el ritual de adivinación del tz'ite', semilla del árbol de pito considerada sagrada y usada desde tiempos antiguos para leer el destino.
—Este fuego habla —dijo, observando las semillas rodar  sobre el petate—. Y lo que dice es bueno.
El tz'ité' había dado su respuesta: el camino que estaban emprendiendo estaba bendecido.
En la segunda planta del edificio, había un altar donde ardían velas blancas y azules. San Simón los observaba desde su trono de madera oscura. Frente a él, ofrendaron un poco de aguardiente y tabaco, sellando su compromiso con el viaje que acababan de iniciar.
Aquella noche, Martín durmió con la sensación de que algo más grande los estaba guiando. Apenas unas semanas atrás, esto era solo un sueño. Ahora, el camino se había abierto ante ellos.

7

Era una mañana luminosa de un sábado de noviembre en la comunidad Tajcuilul, en el occidente del país,  cuando el presidente de la comunidad, Fermín Lue, quien había convocado a asamblea general a las nueve de la mañana, miraba su reloj y veía ansiosamente que eran las nueve y media y  todavía la asistencia era escasa. A un costado del patio de la escuela, donde se desarrollaría la asamblea, Martin, Alonso y Fátima, de la organización Ejekat Tunal, creada para el rescate de la cultura ancestral, hablaban animadamente con el profesor Alonso Aldana, director de la escuela.
El profesor les explicó que Tajcuilul es una comunidad náhuat de artesanos y agricultores que mantiene muchos elementos de su cultura ancestral, a pesar de la matanza y posterior represión de 1932. Agregó con tristeza que, en la actualidad, las iglesias cristianas evangélicas y la desidia de los jóvenes están acabando con lo poco que queda de la cosmovisión. Los muchachos reflexionaron: Por eso es urgente que la organización obtenga la aprobación para desarrollar su proyecto en la comunidad. Estaban entusiasmados porque habían encontrado un aliado en el joven líder comunitario, alguien que valoraba su cultura y sus orígenes, así como en el joven director de la escuela. 
A las diez de la mañana comenzó la asamblea con una buena cantidad de asistentes. Felipe calculó unos cuarenta, sin contar a los niños, que también eran numerosos. El presidente inició dando la bienvenida y compartió algunos anuncios comunitarios, en los cuales informó sobre las gestiones realizadas ante el gobierno municipal y el gobierno central. Se estaban gestionando la reparación de la calle, la limpieza de cunetas y algunos proyectos de huertos. Al finalizar, presentó a los compañeros de la Organización Ejekat, quienes traían una propuesta, un proyecto.
El primero en tomar la palabra fue Martín.
—Buenos días. Yec tunal. Estamos aquí porque queremos que nos permitan aprender de sus conocimientos ancestrales, trabajar juntos para preservarlos y recuperar aquellos que se han ido perdiendo. Para ello, contamos con el apoyo de hermanos de comunidades indígenas de Guatemala, quienes tienen experiencia en el rescate de saberes ancestrales. Además, contamos con el respaldo de líderes quechuas de Bolivia.
Sabemos que sus raíces son mayas y las nuestras son náhuat, pero en esencia hay mucho que nos une. Tenemos una fuerte posibilidad de que se apruebe un pequeño fondo de cooperación para la realización de este proyecto. La idea es que trabajemos juntos en un plan para el desarrollo de la comunidad, basado en su propia cultura y cosmovisión originaria.
Nosotros podemos proponer los temas a trabajar, pero la decisión es suya. ¿Qué dicen?
—A mí me parece bien, todo lo que sea por el bien de la comunidad. Pero, ¿cómo que cosas apoyarán? Porque aquí tenemos bastantes necesidades —dijo un señor de mediana edad, moreno o más bien curtido por el sol, con unas incipientes arrugas en la frente.
—Si ustedes están de acuerdo, vamos a organizarnos en comités. Los principales temas serán la espiritualidad, la medicina ancestral, las artesanías y un comité de jóvenes —dijo Martín.
—Además, queremos invitarles a una ceremonia que se realizará en El Tazumal el próximo sábado 23. Será a las nueve de la mañana —agregó Felipe.
Una señora, a quien se le podría calcular unos 80 años, vestía un refajo y, con una mirada serena y un hablar pausado, tomó la palabra:
—Queremos que, si aprueban este proyecto, seamos tomados realmente en cuenta y no solamente utilizados. Hay muchos que vienen con proyectos, pero solo para beneficiarse ellos, robarse nuestros conocimientos y aprovecharse de nuestra cultura.
—Nuestro trabajo es acompañarles y promover lo que llamamos un desarrollo endógeno, es decir, que sean ustedes quienes decidan y vayan desarrollándose desde sus propios conocimientos y capacidades como comunidad y como pueblo.
Las palabras de la señora del refajo animaron la participación de varias personas de la comunidad. Después de un largo intercambio de opiniones, Martín, por un lado, estaba emocionado por la participación, pero por otro, temeroso de que nunca se llegara a un acuerdo. Sin embargo, la asamblea terminó con la aprobación del proyecto y la elección de una comisión para coordinar. En ella estaban el profesor, el presidente de padres de familia y una señora en representación de las mujeres.
El profesor propuso que se nombrara un representante de los jóvenes y sugirió a una muchacha estudiante muy activa, quien sería invitada a integrarse.
Después de que se agotaron las últimas preguntas sobre el proyecto, la asamblea concluyó. Martín y sus compañeros se quedaron conversando con los directivos y otras personas que se sumaron, mostrando interés en el proyecto.

8

En el interior de una casa de ladrillo de cemento sin pintar, una señora y su hija se dedicaban a las labores domésticas mientras escuchaban en la radio la misa dominical. Se oyó que alguien saludaba en la entrada de la casa. A cinco metros estaba el cerco y un pequeño portón de metal con alambre.
—Mamá, allá buscan —dijo Sochi, una jovencita de unos 16 años, cabello negro azabache, con ojos que mostraban las noches más bellas de los pueblos náhuat.
—¡Buenos días! —dijeron nuevamente, gritando más fuerte.
—¡Ahhh, si es el profe Alonso! —dijo Sochi.
—Andá, decile que entre —le dijo la mamá.
—Buenos días, profesor. ¿Qué anda haciendo por acá en domingo?
—Se me olvidó invitarte a una asamblea para ver un proyecto que te va a gustar. Acabamos de terminar, pero he traído a los amigos que lo traen para que hablen con vos.
—Pasen adelante.
—Hola, niña Amanda —saludó Martín, entrando a la casa—. Solo venimos a invitar a Sochi para que participe en un comité que se ha creado para trabajar en un proyecto de cultura. Han venido unos amigos de Santa Ana.
—Pasen adelante.
—Mire, niña Amanda, vengo con estos amigos porque traen un proyecto para la comunidad y queremos que su hija participe como representante de los jóvenes, porque ella es bien activa. Ya hablamos con otras muchachas y muchachos que también van a participar, pero todos quieren que ella sea la representante.
—Pero, ¿cómo es eso? ¿No va a tener que andar metida en cosas raras?
—Jajaja, ¿raras de qué...?
—Usted sabe que el tiempo está peligroso.
—Es aquí, en la comunidad. Lo que van a hacer es aprender cosas que les servirán en la vida: hacer artesanías, trabajar en equipo, realizar sus propios proyectos... —(Dejó de lado la parte de la cosmovisión porque imaginó que eso no le gustaría).— Pero mejor que le expliquen los amigos.
—Gracias, profe. Mi nombre es Martín y él es Alonso. Nosotros somos parte de una organización que trabaja en el rescate de la cultura indígena y tenemos apoyo de una organización internacional para un proyecto aquí en Nahuizalco. Nos ha parecido que esta comunidad es la más indicada para desarrollarlo. La idea es apoyarles para que fortalezcan sus propios conocimientos, su propia cultura…
–– Eso está relacionado con lo que vimos en la clase, ¿verdad profe?
–– Exactamente por eso he pensado que vos sos una de las indicadas para participar en el proyecto, porque he visto que te admiras los conocimientos que heredamos de los ancestros.
—Pero, ¿en qué nos puede beneficiar eso a nosotras?–– dijo escéptica la mamá de Sochi.
—Ah, bueno, el proyecto tiene un componente de apoyo a las mujeres y otro a los jóvenes. La meta es fortalecer la cultura, pero también la parte económica. Para eso hay unos fondos con los que ustedes propondrán proyectos; por eso es importante que estén organizadas.
—Me parece muy bien, porque aquí, como habrán visto, necesitamos ayuda para mejorar nuestras condiciones.
—Pero lo más importante es que ustedes trabajen en su propio desarrollo; desde afuera solo podemos acompañar.
—Bueno, niña Amanda —dijo el profesor—, ahora sí, ¿le dará permiso a Sochi para participar? Usted también puede incorporarse al grupo de mujeres.
—Ahh, lo voy a pensar…
—¿Si participa usted o si le da permiso a su hija?
—Jajaja, las dos cosas.
—Es una buena oportunidad para que su hija desarrolle sus capacidades —intervino el profesor.
—Pues… que diga ella si quiere.
—Profe, lo que pasa es que yo quiero ir a la universidad el otro año y no sé si me va a quedar tiempo. Además, no entiendo mucho de eso —dijo Sochi.
—Me parece muy bien, pero esto no te afectará en tus estudios. Al contrario, tendrás más herramientas en tu formación al poner en práctica tu capacidad de liderazgo.
—Lo voy a pensar, profe––Dijo Sochi que recordó su visión en medio de la clase. Le inquietó como los acontecimientos se estaban conectando con sus pensamientos; eso le gustó, aunque por otra parte le intimidaba asomarse a una ventana que le podría llevar a una inmensidad desconocida. Quería contarle a su madre lo que pensaba, pero le preocupaba que no le entendiera.
El profesor y los muchachos se despidieron de la niña Amanda. Justo en el momento en que salían a la calle, pasó un camioncito con gente rumbo al pueblo. Le hicieron parada y se despidieron apresuradamente antes de subir. Una nube de polvo quedó después de que arrancó. Desde la cama del camión, una muchacha exalumna le dijo adiós al profesor.
Caminando hacia la escuela, el profesor pensó que era un día 8 E en el calendario maya. Hubiera sido mejor usar el equivalente en náhuat, pero no lo había aprendido. Era más común el maya quiché por las relaciones con los hermanos guatemaltecos de esa región lingüística. Reflexionó sobre el significado de este día: el camino del destino, el guía, el que nos lleva a un punto objetivo preciso, la búsqueda de la realización en todas las situaciones, aspectos y manifestaciones de la vida. Sac Be, el camino sagrado. Las energías del día marcaban algo especial y tenía que ser el arranque del proyecto.
"Esta comunidad tiene una riqueza en bruto", pensó. "Su gente no se da cuenta. Tiene que despertar… Algún día van a reencontrarse con su pasado para escribir un mejor futuro. Pero eso no es fácil; es como la transición de la noche al día. Pocos queremos despertar de una vez".
Sochi estaba sentada con la mirada perdida en el horizonte. A ratos, enfocaba el volcán de Izalco, que se yergue al frente de la loma donde está su casa. Después de todo, pensó, era un privilegio vivir allí. Tenía grandes cosas, como esa hermosa vista y una historia llena de héroes y mártires, una herencia cultural que ahora descubría a través de las clases en la escuela y las lecturas que la habían inspirado.
Quizá la historia la estaba escogiendo para un momento importante. Tal vez era una elegida para continuar el hilo de sus ancestros. Meditó sobre la propuesta para participar en la organización de jóvenes del proyecto. Pero no era solo participar: querían que dirigiera el grupo.
Las nubes danzaban sobre el volcán y un dichosofui cantaba en la rama de un árbol de conacaste. Siempre que quería pensar tranquilamente, se iba a este lugar. La invitación a participar en la organización indígena de la comunidad le planteaba un dilema que no se atrevía a resolver. Aceptar plenamente la cultura indígena era decir no al grupo cristiano juvenil. Aunque le decían que no era contradictoria con su fe católica, sentía que tendría que decidirse entre la cosmovisión ancestral y la fe traída por los conquistadores.
Tampoco tenía muy clara la cosmovisión de sus ancestros. Era algo distante, aunque cercano a la vez. No sabía cómo explicarlo.
Se hizo de tarde y, antes de que oscureciera, se levantó y regresó a la casa, donde su mamá empezaba los preparativos para la cena. Ahora se sentía más segura para tomar una decisión, aunque la incertidumbre y las contradicciones seguían revoloteando en su cabeza como mariposas en el jardín, una llamita de pasión por sus raíces iba creciendo dentro de ella.



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