Es de noche en Antigua, la lluvia cae desde hace ratos, mi café está a la mitad, es la segunda tasa y se está enfriando.
Después de comer mi emparedado con una pequeña y deliciosa ensalada, me pongo a escribir. Como no encuentro luego las ideas para mis historias, escribo lo que se me viene en el momento, sobre lo que tengo a mi alrededor, es como que decidiera dibujar los árboles que están en el parque, que es lo que miro por la ventana de enfrente. Pero hay algo más complicado, algo que “sí tiene conflicto”, como requieren las reglas de la dramaturgia.
Estoy huyendo del sistema y necesito esta semana resolver tres pagos que no esperan. Sobre todo uno: el que me podría salvar de visitar los infiernos. En este momento estoy acorralado, soy un toro rodeado que ve de repente un agujero entre los sitiadores, que podría ser la salida; o un pequeño ratón que ve a último momento una hendidura en la pared.
Nací en la encrucijada entre la vida y la muerte, quizá por eso desde pequeño aprendí a sortear las vicisitudes en el límite, a saber encontrar la última raíz en el borde del precipicio.
De nuevo una pausa de silencio, pensar en quehacer, bloquea el pensamiento para escribir sobre lo que está sucediendo. Pensar en la estrategia...o mejor dicho en las acciones, porque ya no hay tiempo de estrategia, es momento de salidas audaces. Estoy esperando la llamada con la última información... pero la reunión sigue. No solo me interesa por los detalles de posibles avances, ojalá que no retrocesos, sino también porque necesito coordinar reunión de mañana, que puede ser clave para obtener el pago mas estratégico de esta semana.
El bosque me abraza y no puedo salir de sus brazos de savia y clorofila.
La ciudad alegre durante la noche, joven en medio de la antigüedad, llena de diálogos. Camino como fantasma entre las multitudes, mis pasos meditabundos marcan el ritmo de mis pensamientos. Disfruto a mi manera los encantos de las calles empedradas y edificios derruidos, de luz a media tinta.
La lluvia cesó, espero un rato más, están por cerrar el restaurante, mientras leo un par de lineas del libro electrónico. Me levanto y salgo a paso pausado. Las aceras estrechas y los grupos de turistas que encuentro limitan los pasos. Mas adelante le hice estorbo a un bolo y me dio una nalgada. Sentí un calor subir a mi cuerpo y agria la nalgada, corté rápido la reacción, antes que me metiera en problemas. Comprendí la impotencia de muchas mujeres.
Al llegar a mi habitación, leí una hora en la cama. Luego dejé la lectura, apagué la luz y pensando en que nuevas amenazas o nuevas soluciones traería el siguiente día. Me quedé dormido…
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