CAPÍTULO 1 : Danza de la Memoria
La danza del Solsticio
CAPÍTULO 1 : Danza de la Memoria
In memoriam de un vecino de la infancia.
Era 1981, en la radio Rod Stewart cantaba "Billy left his home with a dollar in his pocket and a head full of dreams". En colonia La Esmeralda, en los alrededores de Santa Ana, Elías llevaba un colón en uno de sus bolsillos y en la cintura, escondida bajo la camisa, una pistolita 22. Buscaba su futuro, más apropiadamente sería el futuro del país, con la cabeza llena de sueños… y miedos.
Por las calles polvorientas de la final sexta avenida, Elías camina con la seguridad de alguien que ha decidido su destino. Es nueve de enero, hace frío, un frío agradable, característico de la época de octubre a febrero. Con las manos en los bolsillos de su chaqueta, Elías tarareaba Tired Of Toein The Line de Rocky Burnette: "Baby I’m/Tired of toein' the line/Don't know why you wanna /jump on me/Baby, baby, baby/It's makin' me cry". No sabía exactamente lo que decía, pero su música le sonaba en sus adentros como algo muy familiar y muy intenso. Sus ojos marrones se ponían cristalinos y la mirada se perdía en el horizonte. Su inquieto espíritu ¿a donde lo llevaría?
Por ahora, tenía dos compromisos urgentes: el amor y la revolución… y no eran compatibles. Enero siempre era un tiempo calmado, muy tranquilo hasta el aburrimiento, quizá por la resaca de fin de año, pero esta vez no, como otras veces en la historia del país en las que han habido otros eneros intensos, especialmente el de 1932. Los días anteriores, incluidos Navidad y Año Nuevo la tensión había ido creciendo, después de haber recibido la indicación para la Ofensiva Final. Ya se había despedido de su querida viejita, pero le faltaba una despedida, que ya no podía posponer. Andaba ansioso, podría pensarse que nervioso por la próxima aventura. Ir a la guerra no es un paseo de colegiales. Pero este día su ansiedad no era por la batalla próxima. Tenía solo hoy para ver a Marcela.
Llega a la tienda a comprar cigarros, para disfrutar ese placer quizá por última vez con la tranquilad del final de la 6a. avenida. Son las cinco de la tarde y los camiones llenos de sacos de café empiezan a llegar al beneficio Río Zarco, que está a una cuadra. Todo transcurría con la aparente normalidad de siempre. Desde hacía meses estaban preparando la insurrección. El intento de transformación con la juventud militar y con los representantes del movimiento popular en la primera Junta Revolucionaria de Gobierno habían fracasado. Ahora solo quedaba el camino de la lucha armada y el levantamiento del pueblo. El movimiento se estaba dando imperceptible, invisible para superar el enorme poder del gobierno y los militares y los orejas y los escuadrones de la muerte. En esos mismos momentos grupos de colaboradores todavía estaban preparando la logística, en la colonia Lamatepeq esa tarde las señoras, que regresaban de vender en los mercados, traían canastos grandes, como que si traían mercadería para vender, adentro estaban las armas para "los muchachos", así les decían a los guerrilleros.
Además de comprar sus cigarros, Elías tenía como objetivo ver a Marcela en lo que podría ser la última vez…Llamó desde la puerta balcón. Salió la suegra a atender…"¿Tiene cigarros niña Carlota? Delta por favor". Marcela no salió. Ni se atrevía a preguntar por ella. Nunca le había dicho nada, pero en sus miradas leía que no quería que su hija se fijara en él. "Será que no me podré despedir de ella?.. Puede ser que vuelva pronto triunfante, pueda ser que muera en combate o pueda ser… no, que se alargue tanto la guerra", esto último no estaba en ninguno de sus planes: Vencer o morir.
Compró un paquete de cigarros y se fue a la esquina a fumar, con su espalda y su pie derecho apoyados sobre la pared, aspiraba su cigarro y tarareaba la misma canción expulsando el humo. El cigarro se terminaba y con él la esperanza de verla. Cuando botaba el filtro del cigarrillo y se disponía a empezar a caminar, vio a Marcela salir con pasos apurados. Cuando sus miradas se encontraron hubieron dos sonrisas sincronizadas, ella le agarró de la mano caminando unos pasos para ubicarse a la vuelta de la esquina, en el lado oculto de su casa. Era lo más que habían hecho hasta ese día: tomarse de la mano y platicar. En ese momento Elías vio que unos guardias nacionales (un temido cuerpo militar) se acercaban con miradas escrutadoras. Le dijo "me urge decirte que te amo" y la besó. Ella le correspondió y el beso fue tan intenso y eterno como si ella también presintiera que el tiempo se les escapaba.
Fue el primer y tal vez el último beso. El le dijo que estaría lejos un tiempo. Ella se sorprendió y le dio un jalón.
-¿El queeeee!!!? ¿Qué vas a hacer?
No podía decirle en que misión arriesgada participaría en pocas horas. El amor de su vida frente a la utopía. Elías se incorporó a la lucha al encontrar colgados en las palmeras de la entrada del Instituto a dos estudiantes del Instituto. Tuvo que dejar los estudios. Era peligroso continuar estudiando en el INSA, sobre todo después que aceptó ser parte una de las organizaciones clandestinas. A esas alturas, el centro de estudios solo cincuenta estudiantes continuaron recibiendo clases, después de ser uno de los más grandes del país. Con el tiempo se convertiría en el centro de estudio con más estudiantes, pero la fama de su calidad de educación ya no la recuperó, aunque aún por mucho tiempo siguió su orgullo que se reflejaba en el lema de batalla en las competencias deportivas: "Los mejores para el deporte, el estudio y la jodarria". También permaneció el espíritu rebelde, en los últimos años de la guerra, para las fiestas bailables se coreaban canciones que hacían alusión a sus simpatía, como una uno de los versos de Alux Nahual:" …y se quedaron los tontos y los guerrilleros". Precisamente "guerrilleros" les gritaban en las competencias las barras de los colegios rivales.
Esa rebeldía era la que había aportado muchachos a las organizaciones guerrilleras, después de la represión brutal a los estudiantes que en gran cantidad se habían aglutinado en el Movimiento Estudiantes Revolucionarios de Secundaria (MERS).
Elías no estuvo mucho tiempo en las organización estudiantil, prácticamente pasó a una preparación militar rápido y para la ofensiva integraba el grupo que tenía la misión de atacar el cuartel. Otro grupo en el que estaba su hermano pondría en unas horas barricadas para enfrentarse ahí al ejército. Tenía una sensación de confianza. Los sueños de revolución serían realidad en pocos días. Se tomaría el poder y se cambiaría la realidad de pobreza, injusticia y opresión.
Después que los militares desaparecieron al final de la avenida y cruzaran la calle frente al beneficio, Elías buscó la forma de terminar la despedida. No deseaba hacerlo. Ahora se comían a besos…como recuperando el tiempo perdido. Estuvieron un rato más acariciándose sin hablar…Marcela pensó que Elías había bromeado con lo que le dijo, eso le tranquilizó y él se dio cuenta, no quiso retomar el tema. De repente, ella le dijo que su mamá estaría ya preguntándose porque no regresaba. Era mejor que regresara antes que ella saliera a buscarla, el la besó nuevamente y la abrazó con todas sus fuerzas, había olvidado que portaba el revólver, ella lo sintió durante el abrazo. ¿Qué es esto…? El no supo que responder, podría decirle la verdad, pero era ponerla en riesgo. Ella insistió con la pregunta. Tuvo que responder rápido. Es de mi papá. ¿Por qué la andas? Estaba acorralado, había previsto que podrían atraparlo con el arma, per jamás se imaginaría que sería la chica de sus sueños y menos en el momento más inoportuno. No tenía mas remedio que inventarle una historia. En ese momento, ella presintió que saldrían a buscarla, asomó a la esquina y vio que su hermano salía. Me tengo que ir le dijo y le dio un beso apresurado.
Llegó el día de la Ofensiva final, atacaron el cuartel de la Segunda Brigada, ahí se sublevó un capitán y un teniente del ejército. El cuartel estuvo a punto de ser tomado, pero al final la revuelta fracasó. Entre los daños causados está el incendio del casino de los militares ubicado frente al cuartel. Los muchachos, como le decía la población, tuvieron que irse a la retaguardia, a campamentos en zonas bajo control. En la retirada fueron emboscados y masacrados en la batalla de Cutumay. Elías logró sobrevivir, al igual que su hermano que también estaba incorporado, pero él murió en combate unos años después en el cerro Guazapa.
Once años después supo el significado de los versos de aquella canción de enero de 1981: Tired of Toein The Line de Rocky Burnette: Bebé, estoy cansado de caminar por la línea/No sé por qué quieres atacarme/Bebé, bebé, bebé/Me estás haciendo llorar.
Las lágrimas afloraron con el último verso. Aquel guerrero de mil batallas, endurecido con tanto dolor vivido, ahora se estaba quebrando al escuchar los versos de la canción que le sirvió de despedida de su chica once años atrás. Cuando se fue, su papá tenía una rajadera de leña y su madre una tiendita. Ahora reiniciaba su vida montando una tiendita cerca de la zona donde creció. A los pocos días de su regreso recorrió la ruta que hizo un diez de enero de 1981 cuando dejó el amor por la utopía. Llegó a la esquina donde la besó y se fumó un cigarro después de ver que ya no se existía la tienda y ni Marcela ni su familia vivían ahora ahí.
Las palabras y la música empezaron a sonar juntas en mi cabeza cuando tenía 13 años, mientras pastoreaba las vacas a orillas de la línea férrea, caminando sobre los rieles de la línea del tren y haciendo equilibrio con los brazos extendidos, mi mente comenzó a jugar con las palabras, formando ideas sonoras. Al crear los primeros versos en la mente, experimenté una sensación extraña, entre el sabor de un triunfo y el vértigo de una cima; una mezcla de calma musical, satisfacción creativa y adrenalina por una travesura. Esto dio combustible a mis sueños infantiles: ser un renombrado escritor, un cineasta exitoso y un músico famoso.
Desde que gateaba en el gran patio de la hacienda del padrino de mi padre, mi mente volaba sobre los montes y los cerros hacia el horizonte lejano y sobre tiempos futuros. Un paso tras otro sobre el riel, un verso tras otro pronunciados por una voz interior; abajo, los durmientes que soportaban los rieles van quedando a mi paso como barras de una partitura. Era un octubre de esos en el que la brisa acariciaba el cuerpo y encandilaba la mente. La música de las palabras sonaba en mi cabeza volando con el viento de aquella fresca mañana de sábado. Eran días de encuentro entre el invierno y el verano. Pasé por el vertiente, un nacimiento de aguas cristalinas en el que habían adecuado con lavaderos a ambos lados de la poza donde las mujeres lavaban ropa. Me desequilibraba y caía y volvía a retomar los pasos sobre los rieles, alternando de uno a otro en la línea paralela, también se desequilibraban los versos, pero saboreaba esos sonidos, retomándolos, al mismo tiempo que los pasos sobre el acero.
La poesía fue una buena compañera de lucha, o más bien un arma o una vitamina para sobrellevar las penurias de la pobreza, alimentando mi espíritu para volar sobre su realidad y posarse lejos en el tiempo, en escenarios futuros plenos de éxitos, inspirados en historias de tiempos pasados y lugares lejanos. La literatura fue mi aliada desde que aprendí a leer, llevándome de la mano por vastos horizontes viajando a ambos lados de la línea del tiempo y a los cuatro puntos cardinales del espacio. Por eso desde muy temprano se despertó la inquietud de la creación. Mi primer intento en las letras fue la historia de un histórico líder indígena del sur, y en ese primer intento, fui señalado de plagio porque un profesor concluyó que al ponerle un nombre real, la historia que había contado era verdadera y por tanto la había copiado, eso me enojó y me deprimió al principio, pero después lo tomé como un alago porque significaba que lo que había escrito tenía algo de calidad para que llegara a ser creíble.
Por otra parte, la música fue cómplice de mi mente soñadora, desde antes que empezara a caminar, cuando mi madre, a las cuatro de la madrugada me sentaba cerca del poyetón, mientras ella preparaba la comida que llevaría mi padre para el trabajo al que llegaba dos horas después cerca de la cima de la montaña Montecristo. Mi madre acompañaba su quehacer con la música de un pequeño radio transistor que amenizaba esas madrugadas junto al fogón donde se cocinaban las tortillas y los frijoles. Años después, al regresar de la escuela, la música me acompañaba mientras hacía las tareas, o empezaba a garabatear mis primeros versos. Desde el primer día de clases me apasioné por la palabra escrita, cuando a los siete años cursé el primer grado y se fueron tejiendo las palabras, nuevos sonidos, nuevas ideas. En poco tiempo fui encontrando la música en las palabras, frases o versos de los libros que iban cayendo por milagro en mis manos, provocando ideas que se expresaban en palabras que venían de lo profundo del alma a través de algo mágico que se movía en el interior, primero con la musicalidad de la poesía y luego también con la melodía de las canciones que componía sin saber todavía nada de música.
Eran tiempos de guerra en una zona que solo sus ecos llegaban después de haber vivido directamente sus golpes unos años atrás, cuando estaba muy pequeño, los escuadrones de la muerte mataron al tío de mis dos únicos amigos de mi infancia preescolar, sacándolo a media noche de la casa en que ellos también vivían, era el hijo de mi padrino y murió después de ser torturado, por unos comentarios que hizo en público que fueron considerados subversivos. A pesar de esas heridas cercanas que iba dejando la guerra, las cuales nos marcaban desde pequeños el estilo de vida silencioso y precavido, siempre encontraba un espacio sagrado para la inspiración, manteniendo a salvo mis sueños como cuando caminaba por la línea del tren o subía los cerros cercanos, viviendo la tranquilidad de una zona todavía solitaria.
A mi como a todos los niños, el futbol me hacía soñar, y como que no, era época en la que nuestra selección clasificó al mundial de España 82. Aparte de pegarle a una pelota de plástico o a veces a una naranja, en el patio polvoso o lodoso de la casa, imaginándonos en un gran estadio lleno de aficionados que nos ovacionaban, gritábamos goooool a todo pulmón. Pero la pasión por las letras era un amor platónico en las condiciones precarias donde los libros eran artículos de lujo, lejos del alcance de un chico semi rural en una familia que apenas va sobreviviendo cada día, haciendo milagros para que todos sus miembros tengan algo que comer, sin embargo se convirtieron en un artículo de primera necesidad porque eran en los guantes para luchar por la vida contra la desesperanza, la mediocridad y las limitaciones materiales. La primera vez que vi boxear fue detrás del Palacio Municipal, durante las fiestas patronales, ahí habilitaban un cuadrilátero para que subieran voluntarios para disputarse unos cuantos pesos y la primera vez que escuché hablar de boxeo fue cuando mi padre me contó sobre su amigo con el que no podía ni la Guardia Nacional, había noqueado a varios de ellos en Metapán y no precisamente en un ring de boxeo, hasta que se dieron por vencidos y para una fiesta patronal, le enviaron un mensaje por medio de un niño, para que llegara al parque donde habían montado un cuadrilátero y había un boxeador capitalino pidiendo un retador; después de verificar que aquello no era mentira y de superar la desconfianza se acercó y subió al cuadrilátero. No se boxear le dijo, pero si pelear. No importa le contestó. Empezó la pelea, el boxeador profesional empezó a bailarle moviéndose a los lados y tiró un par derechazos que no alcanzaron, siguió tanteando y al dar el tercer manotazo, recibió un solo manotazo en la cara que lo tumbó. Esa y muchas otras historias habían desde muy pequeño mi universo imaginario ya que no contábamos con un televisor, eran las historias de mi papá y los cuentos de la radio y radionovelas uno de mis entretenimientos que ayudaron a poblar mi imaginación de muchas historias reales y fantásticas.
Ese ambiente desarrolló por necesidad y por vocación mi capacidad de soñar. Siempre estaba imaginando grandes cosas y más cuando escuchaba música en la radio, imaginaba escenas como cuando en los periódicos aparecía una nota sobre la nueva obra del reconocido escritor y veía a la par del artículo una bonita portada del libro con mi reluciente nombre. Eso compensaba las ásperas condiciones en las que crecía porque las limitaciones económicas eran grandes y para sobrevivir tuvimos que empezar a trabajar desde muy temprana edad, ya sea cuidando el ganado o cortando el zacate para alimentarlas, o cultivando maíz y frijol. De esta manera reforzábamos el mísero salario, que ganaba mi papá en la finca, obteniendo alimentos y con la venta de una parte de la leche se obtenía un poco de dinero con los que mi mamá compraba otros alimentos y cosas para la casa y bajarle un tanto a la libreta de fiados que tenía en la tienda. Siendo el mayor de los hermanos, que al final terminamos siendo ocho, tenía un compromiso que no había pedido, una responsabilidad muy grande desde pequeño. Por las tardes cuidaba las vacas, después de que por estrategia mi padre dividiera los turnos de estudio de los dos hermanos mayores para dividir las jornadas de trabajo. La tarea menos fatigosa era cuidar las vacas y en eso estaba cuando aparecieron los primeros versos en mi mente.
Había logrado avanzar sin caerme del riel unos 20 metros con los brazos extendidos, saboreando ese logro y el haber creado el primer poema de mi vida, cuando caí de nuevo a los durmientes y me pregunté cómo podría llegar a ser un gran escritor si no podría seguir estudiando. El dinero que ganaba mi papá como mandador de la pequeña finca, a la que el patrón llamaba la Chacarita, creo que después de un viaje a Argentina, era el salario del campo, una miseria y en la casa la familia crecía cada dos años; no le alcanzaba para ir comiendo y ahora apenas se cubría con el trabajo extra que mi hermano y yo hacíamos; pero era insuficiente para continuar los estudios, tenía que gastar en útiles, uniformes, zapatos y contribuciones que le pedían cada mes para obras en la escuela.
Para no sentirme tan triste repetí los versos en mi mente, saboreando de nuevo esa sensación de Dios en el momento de la creación. En mi pensamiento las palabras sonaron en una cadena musical, dividida en eslabones como los vagones del tren que en ese momento se aproximaba anunciado por el silbato de la locomotora, expulsándome del paraíso creativo. Había que apurar el paso y salir de esa curva porque los paredones estaban muy cerca y no daban espacio para apartarse lo suficiente. Seguramente vendría por la tercera curva, o quizás no, porque ya alcanzaba oír el sonido de la locomotora, viene ya por la segunda vuelta. Tenía que sacar las vacas de la curva, si las encontraba ahí el tren, seguro mataría por lo menos una. Las palabras volaron de mi cabeza, como las aves espantadas por una pedrada volando rápidamente por el instinto de sobrevivencia; COMO MUCHAS VECES DURANTE MI VIDA EN LAS QUE TUVE QUE DEJAR PARA DESPUÉS LA POESÍA PARA SALVARME DEL HAMBRE, DE LA MISERIA O DE LA MUERTE.
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