lunes, 24 de abril de 2023

El último numerito


Basada en una historia real.




El número nueve fue su favorito en la escuela porque era su número de lista en la clase y porque un buen día decidió escogerlo para participar en una rifa y se ganó el premio: un par de calcetines. Eso recordaba ahora viendo que el vigésimo que no había podido vender terminaba en nueve, mientras caminaba sobre la avenida, ofreciéndolo a diestra y siniestra.

Frente aun edificio que tenía un número 26 se detuvo, esa cifra también le parecía familiar…ahora ya recordaba, la había visto en las líneas del ferrocarril, donde estaba grabado el año 1926. Pensó que talvez no sería casualidad y que los números le estaban indicando un momento de buena suerte. Se dirigió a la puerta para ofrecerle al portero el último numerito, él le dijo que su hijo se lo podría comprar, que trabajaba en el Banco Salvadoreño, unas cinco cuadras abajo. 

Vi a Gabriel en la estación del tren el día que se fue a vivir a la capital. Entonces no existía la carretera a Santa Ana, lo que había era un camino de carretas en las que transportaban la cal, las cuales eran haladas por caballos y mulas. Me dijo que se iba a probar suerte a la capital. 

Gabriel creció ayudándole a cultivar a su abuelo en San José, la hacienda con casco colonial que luego pasó al Estado, está a medio camino a Montecristo y sirve como su entrada. Era un muchacho cuando decidió irse para la capital a buscar a su papá. Un buen día bajó del cerro y llegó al pueblo, tomó el tren con la idea de no volver. Cuando el tren llegó a la Y Griega (tenía ese nombre esa pequeña estación porque dibujaba una Y la división de las rutas, entre la línea que venía de Metapán, la que partía de ahí para Santa Ana y la que iba para Aguilares). Ahí pasó al tren que iba para Aguilares, cuando llegaron a La Laguneta le dio hambre y fue a comprar una soda y un pan dulce. El tren iba lleno, pero en esa pequeña estación se bajaron algunas familias, y después siguió su camino, pitando fuerte como con una corneta con amplificador, comiendo su semita fue viendo las lomas de los cerros a orillas del Río Lempa. Unas nubes blancas volaban sobre los cerros siguiendo a la par la ruta del tren, en su mente pasaron recuerdos de la última vez que vio a su padre; estaba muy pequeño, pero aún lo recordaba muy bien. Fue para una fiesta de San José en el puente hamaca donde sale el camino para el pueblo. Ahí se despidió su papá de él. 

Llegó a la terminal de trenes cerca del Reloj de Flores a las dos de la tarde. Preguntó como llegar al barrio San Jacinto. Le dijeron que podría llegar caminando, buscaba un mesón donde vivía su tío, pero no sabía el nombre, era la única dirección que le había dado su abuelo. No sabía exactamente donde vivía, solo le dijo que en la zona del Cuartel El Zapote. Supuestamente su padre y su tío vivían en la misma dirección. En una tortillería, cuando ya estaba cansado de caminar y preguntar, andaba alguien que lo conocía y le dijo que a una cuadra de ahí en un mesón vivía un señor de nombre Humberto Cruz. En el mesón le dijeron que tocara en apartamento cuatro. Su tío no estaba y como vivía solo, no había nadie. Salió a la calle a esperar, después de tres horas apareció un señor canoso con una bolsa con verduras. Reconoció los rasgos de la familia de su padre.

 - Usted es Humberto… 
- Si que desea? - Soy Gabriel, el hijo de Fernando, lo ando buscando. Y usted ha de ser mi…. 
- Si soy tu tío. Tu papá ya no vive acá, se fue a vivir con su esposa al Puerto. 
- Me vine a buscar trabajo. 
- Quedate con migo, aquí en mi apartamento te podes quedar unos días, si querés. Y ¿Cómo está el abuelo? 
- Murió. Lo enterramos el sábado. 
- La mirada del tío se quedó fija en el pasillo que da a la calle, con la mano puesta con la llave en la puerta. 
- No sabíamos como avisarles. Queríamos ponerles un telegrama pero no teníamos la dirección. 
- Pasá adelante- dijo después de un rato con la mirada perdida. 

Esa noche durmió en un viejo petate que perteneció a su padre. Al día siguiente, después de desayunar con su tío unos huevos revueltos, se fue a buscar trabajo, como lo que sabía hacer era cultivar, pensó que tal vez de jardinero, después de preguntar en casas grandes, en una dirección que le había dado su tío, terminó cansado y con hambre. Regresó al apartamento. Al llegar su tío le recomendó que buscara de ayudante de albañil, no hay muchas construcciones pero por la zona sur de la ciudad están haciendo un edificio. Buscó al día siguiente trabajo en construcción, pero tampoco encontró. Al tercer día siguió otra indicación de su tío y fue a la terminal de oriente para trabajar acarreando bultos, aquí por lo menos el primer día ganó para su almuerzo. 

El señor Humberto trabajaba vendiendo periódicos en el centro de la ciudad, a veces, cuando lograba terminar rápido la venta, regresaba temprano., siempre caminando desde el centro a su apartamento. En invierno algunas veces volvía bajo la lluvia. Otras veces, sobre todo algunos sábados se quedaba en las tardes para beber en unos bares del barrio La Vega. 

Su tío se enfermó gravemente antes de cumplir el año de vivir con él. Empezó con una tos constante, primero creyeron que era una simple gripe, pero pasaron los días y se fue sintiendo peor. Un día le dijo que ya apenas podía caminar por el cansancio en el pecho y que le acompañara a la clínica. Ahí una doctora, después de los análisis, le dijo que tenía tuberculosis, y que tenían que remitirlo a Los Planes de Renderos. Ambos no podían creerlo cuando le dijeron que estaría internado meses o más de una año y que sino podría morir y contagiar a más gente. 

A los seis meses de haber ingresado a su tío, el cayó enfermo también de los pulmones. Fue a la clínica, pero le dijeron que lo que tenía era asma, eso le consoló, pero ya no pudo trabajar en la terminal porque soportaba cargar los pesos de los bulto. No pudo seguir pagando el apartamento y quedó en la calle, después que el administrador del mesón no aceptara darle más días, por más que le suplicó que le diera un tiempo mientras conseguía otro trabajo menos pesado. 

Fue a la terminal a ver si sus compañeros de trabajo le prestaban algún dinero, pero todos le dijeron que no podían. Deambulando sin rumbo se encontró por un callejón aledaño al bulevar del Ejército, en un predio baldío estaba abandonada una destartalada combi. No tenía nada por dentro, al parecer había sido incendiada no hacía mucho tiempo, por ese tiempo la guerrilla empezaba a usar los coche bombas como una forma de atacar a las fuerzas militares. Decidió habilitarla para usarla de dormitorio. Fue a traer sus pocas cosas que había dejado depositada donde una familia del mesón a quienes había vendido las cosas que ya no se podría llevar. 

Habilitó como pudo la combi y con el poco dinero que le quedaba compró un par de tortillas y un huevo. Cerca de la combi habían unos piedras y unos pedazos de ladrillos con los que arregló una improvisada hornilla y con un bote metálico, de esos en los que vendían leche en polvo puso agua que ya había conseguido en una casa algo cercana, puso hervir el agua con el huevo. Así cenó bajo las estrellas su primera noche en la calle. Eran los días previos a la Semana Santa, recordó que en esos días en su cantón, los vecinos se compartían el pan y la comida. 

Al día siguiente se fue a visitar a su tío a los Planes. No hallaba como decirle que había perdido el apartamento, no pudo dar más rodeos. Su tío le dijo que le habían dado el alta el día anterior, pero que él se sentía todavía débil y no había encontrado como poder avisarle. Con la cara agachada le contó que había enfermado y por eso ya no pudo seguir trabajando, que le quitaron el apartamento…en silencio esperaba la respuesta de su tío, pensando que estaría furioso y decepcionado. 

- Así es la vida hijo. A veces llueve sobre mojado. Los males no vienen solos, pero no te preocupés, ya saldremos de esta -una pausa permitió acomodar los pensamientos de los dos- ¿Como estás haciendo para dormir? 
- En un carro abandonado, ahí he acomodado algunas cosas que quedaron, las otras las vendí porque no podía andarlas. Hay espacio para los dos. 
- Vamos pues, ya voy a recuperarme y vos también, ya verás. ¿No estás tísico como yo? 
- No, no. En la clínica me dijeron que lo que yo tengo es asma. 
- Parece lo mismo .
- Pero no, tío. 

Al llegar con su tío a lo que ahora sería el nuevo hogar, sintió una presión en los ojos que luchaban por no evacuar el dolor en el líquido que lava las tristezas; pero como todo hombre formado en las rudas exigencias del campo, donde el machismo obliga esconder el dolor, no podía debilitarse frente al hermano de su padre. Mejor pensó en encontrar una forma para ganar dinero y salir de esa situación, de la que se sentía culpable. Por más que le daba vueltas en su cabeza, no venía a su mente alguna salida. Tanto él como su tío estaban acostumbrados a ganarse el pan de cada día, o dicho de mejor manera la tortilla de cada día, por eso lo más impensable era tener que pedir limosna, pero esa fue la única salida que se fue abriendo paso. 

Pasaron los días y no se acostumbraba a su nueva situación. Un sábado por la mañana caminaba los callejones del centro de la ciudad, por un costado del Parque Libertad y ya no pudo más, se sentó en una acera, Alguien pasó y le regaló 25 centavos. Ahí pensó, voy a ir a buscar a mi papá. El se había ido a vivir al Puerto de Acajutla con su nueva esposa y tenía más de 15 años de no verlo. Mientras meditaba el futuro encuentro con su padre, descubrió que había reunido lo suficiente para pagar el pasaje y se fue caminando a la estación a tomar tren a Sonsonate. Encontró la casa de su papá. Al tocar abrió la puerta una señora de mediana edad, morena con un moño en la cabeza. El se presentó y ella le invitó a entrar. Le sirvió un vaso de agua y le dijo. Tu papá murió hace un mes, hubieras venido antes. Se fue a una habitación y regresó con una bolsa de papel. Tu papá no dejó mucho, pero aquí tienes aunque sea algo para te ayudará un poco. Eran 100 colones y para él en ese momento era una fortuna. 

Al regresar a la capital, fue a comprar un billete de lotería para vender y le llevó otro a su tío. Empezaron a ganar dinero y lograron alquilar un apartamento en el centro de la ciudad, en el barrio La Vega, compraron un par de petates para dormir y una mesita de madera y dos taburetes para sentarse a comer. 

Ahora que de nuevo se ganaban la vida, tenía una nueva sensación. La vida o Dios les estaba dando otra oportunidad, pensaba Gabriel ese día en el que le había quedado un vigésimo sin vender y estaba a punto de correrse la lotería, mientras Iba en busca del cliente del último numerito. Entró al banco y preguntó por el nombre que le había dado el portero de un edifico. Salió un joven señor elegante, con camisa manga larga y corbata, el le explicó que su padre le había indicado que lo buscara porque le podría comprar el número nueve que le había quedado del billete de lotería. Solo ese tienes? Si solo ese me ha quedado. Dámelo pues le dijo, y se desembolsó un cinco colones. Le dio el vuelto y le dijo buena suerte. 

Regresó rápido al apartamento, donde con un pequeño radio recién comprado, escuchó la radio Nacional para escuchar cuales habían sido los números ganadores. Cuando dijeron tercer premio, escuchó que terminaba en nueve. 

- ¡Tío, el último número que acabo de vender salió premiado! Era terminación pero del tercer premio, creo que tiene algo. 
- Tenés que ir mañana a darle la noticia y venderle más Al día siguiente compró otro billete en la oficina de la Lotería Nacional y pidió la lista de premiados y con ella lo primero que hizo fue ir a visitar al cliente del banco. 
- Ya ve que le di la suerte. -, le dijo mientras el cliente le recibía con una amable sonrisa. 
- Ya veo que me diste suerte.
 - Aquí le traigo, para que siga jugando, quien sabe si esta vez se saca el premio mayor. 

Le compró todos los números y le dio 150 colones de propina. Con el dinero recibido, invirtió más en comprar mas billetes de lotería, cada vez tenía mas clientes, pero a finales del año siguiente, no había logrado vender y ese día se corría la lotería. No pudo salir a intentar venderlo, así que le quedaron. Bueno, tal vez me saco algo dijo para si mismo, aunque sea terminación para no perder tanto. Escuchaba la transmisión del sorteo pendiente de sus números con la esperanza de alguna de que tuviera alguna terminación. Cuando iban a anunciar el premio mayor, se dijo, viendo su billete de lotería, que bueno sería que cayera en cero. Cuando empezaron a anunciar número por número la cifra ganadora, se puso ansioso, y cada vez más expectante cuando los números iban coincidiendo. 

-Tíoooooo, - grító- Nos hemos sacado el premio mayor. 

La última vez que lo vi fue en Metapán, en la estación del tren, no le reconocí, estaba cambiado, una enorme barba rubia le cubría el la cara. Me contó su historia y me invitó a visitarlo. Había comprado una hacienda en Santo Tomás. ¿No me reconocés? Me le quedé viendo fijamente . Ahhh si...- Soy Gabriel.- Es que estás muy cambiado. - Yo siempre me acuerdo de la vez que me salvaste la vida. Estábamos trabajando juntos, sembrando frijol en una de las lomas cercanas al caserío. Empezó a ir hacer sus necesidades, cada vez fue más constante, en una de esas no volvió, me preocupé y fui a buscarlo, estaba acalambrado, no se podía levantar. Fui corriendo a una vega cercana, ahí habían unos árboles de limón, por suerte tenían, corté varios y le hice un jugo. Se lo tomó como pudo. A los 15 minutos le comenzó a venir la calma y pudo levantarse. Me lo llevé despacio a la casa. 

La vida de Gabriel fue muy dura pero mirá como logró salir de su tristeza, por eso uno no debe rendirse cuando está derrotado, uno nunca sabe como y cuando vendrá la oportunidad para salir del hoyo. Así aprovechó mi padre para darme también uno de sus consejos favoritos.



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