Basada en una historia real.
El número nueve fue su favorito en la escuela porque era su número de lista en
la clase y porque un buen día decidió escogerlo para participar en una rifa y
se ganó el premio: un par de calcetines. Eso recordaba ahora viendo que el
vigésimo que no había podido vender terminaba en nueve, mientras caminaba
sobre la avenida, ofreciéndolo a diestra y siniestra.
Frente aun edificio que
tenía un número 26 se detuvo, esa cifra también le parecía familiar…ahora ya
recordaba, la había visto en las líneas del ferrocarril, donde estaba grabado
el año 1926. Pensó que talvez no sería casualidad y que los números le estaban
indicando un momento de buena suerte. Se dirigió a la puerta para ofrecerle al
portero el último numerito, él le dijo que su hijo se lo podría comprar, que
trabajaba en el Banco Salvadoreño, unas cinco cuadras abajo.
Vi a Gabriel en
la estación del tren el día que se fue a vivir a la capital. Entonces no
existía la carretera a Santa Ana, lo que había era un camino de carretas en
las que transportaban la cal, las cuales eran haladas por caballos y mulas. Me
dijo que se iba a probar suerte a la capital.
Gabriel creció ayudándole a
cultivar a su abuelo en San José, la hacienda con casco colonial que luego
pasó al Estado, está a medio camino a Montecristo y sirve como su entrada. Era
un muchacho cuando decidió irse para la capital a buscar a su papá. Un buen
día bajó del cerro y llegó al pueblo, tomó el tren con la idea de no volver.
Cuando el tren llegó a la Y Griega (tenía ese nombre esa pequeña estación
porque dibujaba una Y la división de las rutas, entre la línea que venía de
Metapán, la que partía de ahí para Santa Ana y la que iba para Aguilares). Ahí
pasó al tren que iba para Aguilares, cuando llegaron a La Laguneta le dio
hambre y fue a comprar una soda y un pan dulce. El tren iba lleno, pero en esa
pequeña estación se bajaron algunas familias, y después siguió su camino,
pitando fuerte como con una corneta con amplificador, comiendo su semita fue
viendo las lomas de los cerros a orillas del Río Lempa. Unas nubes blancas
volaban sobre los cerros siguiendo a la par la ruta del tren, en su mente
pasaron recuerdos de la última vez que vio a su padre; estaba muy pequeño,
pero aún lo recordaba muy bien. Fue para una fiesta de San José en el puente
hamaca donde sale el camino para el pueblo. Ahí se despidió su papá de él.
Llegó a la terminal de trenes cerca del Reloj de Flores a las dos de la tarde.
Preguntó como llegar al barrio San Jacinto. Le dijeron que podría llegar
caminando, buscaba un mesón donde vivía su tío, pero no sabía el nombre, era
la única dirección que le había dado su abuelo. No sabía exactamente donde
vivía, solo le dijo que en la zona del Cuartel El Zapote. Supuestamente su
padre y su tío vivían en la misma dirección. En una tortillería, cuando ya
estaba cansado de caminar y preguntar, andaba alguien que lo conocía y le dijo
que a una cuadra de ahí en un mesón vivía un señor de nombre Humberto Cruz. En
el mesón le dijeron que tocara en apartamento cuatro. Su tío no estaba y como
vivía solo, no había nadie. Salió a la calle a esperar, después de tres horas
apareció un señor canoso con una bolsa con verduras. Reconoció los rasgos de
la familia de su padre.
- Usted es Humberto…
- Si que desea? - Soy Gabriel, el
hijo de Fernando, lo ando buscando. Y usted ha de ser mi….
- Si soy tu tío. Tu
papá ya no vive acá, se fue a vivir con su esposa al Puerto.
- Me vine a
buscar trabajo.
- Quedate con migo, aquí en mi apartamento te podes quedar
unos días, si querés. Y ¿Cómo está el abuelo?
- Murió. Lo enterramos el
sábado.
- La mirada del tío se quedó fija en el pasillo que da a la calle, con
la mano puesta con la llave en la puerta.
- No sabíamos como avisarles.
Queríamos ponerles un telegrama pero no teníamos la dirección.
- Pasá
adelante- dijo después de un rato con la mirada perdida.
Esa noche durmió en
un viejo petate que perteneció a su padre. Al día siguiente, después de
desayunar con su tío unos huevos revueltos, se fue a buscar trabajo, como lo
que sabía hacer era cultivar, pensó que tal vez de jardinero, después de
preguntar en casas grandes, en una dirección que le había dado su tío, terminó
cansado y con hambre. Regresó al apartamento. Al llegar su tío le recomendó
que buscara de ayudante de albañil, no hay muchas construcciones pero por la
zona sur de la ciudad están haciendo un edificio. Buscó al día siguiente
trabajo en construcción, pero tampoco encontró. Al tercer día siguió otra
indicación de su tío y fue a la terminal de oriente para trabajar acarreando
bultos, aquí por lo menos el primer día ganó para su almuerzo.
El señor
Humberto trabajaba vendiendo periódicos en el centro de la ciudad, a veces,
cuando lograba terminar rápido la venta, regresaba temprano., siempre
caminando desde el centro a su apartamento. En invierno algunas veces volvía
bajo la lluvia. Otras veces, sobre todo algunos sábados se quedaba en las
tardes para beber en unos bares del barrio La Vega.
Su tío se enfermó
gravemente antes de cumplir el año de vivir con él. Empezó con una tos
constante, primero creyeron que era una simple gripe, pero pasaron los días y
se fue sintiendo peor. Un día le dijo que ya apenas podía caminar por el
cansancio en el pecho y que le acompañara a la clínica. Ahí una doctora,
después de los análisis, le dijo que tenía tuberculosis, y que tenían que
remitirlo a Los Planes de Renderos. Ambos no podían creerlo cuando le dijeron
que estaría internado meses o más de una año y que sino podría morir y
contagiar a más gente.
A los seis meses de haber ingresado a su tío, el cayó
enfermo también de los pulmones. Fue a la clínica, pero le dijeron que lo que
tenía era asma, eso le consoló, pero ya no pudo trabajar en la terminal porque
soportaba cargar los pesos de los bulto. No pudo seguir pagando el apartamento
y quedó en la calle, después que el administrador del mesón no aceptara darle
más días, por más que le suplicó que le diera un tiempo mientras conseguía
otro trabajo menos pesado.
Fue a la terminal a ver si sus compañeros de
trabajo le prestaban algún dinero, pero todos le dijeron que no podían.
Deambulando sin rumbo se encontró por un callejón aledaño al bulevar del
Ejército, en un predio baldío estaba abandonada una destartalada combi. No
tenía nada por dentro, al parecer había sido incendiada no hacía mucho tiempo,
por ese tiempo la guerrilla empezaba a usar los coche bombas como una forma de
atacar a las fuerzas militares. Decidió habilitarla para usarla de dormitorio.
Fue a traer sus pocas cosas que había dejado depositada donde una familia del
mesón a quienes había vendido las cosas que ya no se podría llevar.
Habilitó
como pudo la combi y con el poco dinero que le quedaba compró un par de
tortillas y un huevo. Cerca de la combi habían unos piedras y unos pedazos de
ladrillos con los que arregló una improvisada hornilla y con un bote metálico,
de esos en los que vendían leche en polvo puso agua que ya había conseguido en
una casa algo cercana, puso hervir el agua con el huevo. Así cenó bajo las
estrellas su primera noche en la calle. Eran los días previos a la Semana
Santa, recordó que en esos días en su cantón, los vecinos se compartían el pan
y la comida.
Al día siguiente se fue a visitar a su tío a los Planes. No
hallaba como decirle que había perdido el apartamento, no pudo dar más rodeos.
Su tío le dijo que le habían dado el alta el día anterior, pero que él se
sentía todavía débil y no había encontrado como poder avisarle. Con la cara
agachada le contó que había enfermado y por eso ya no pudo seguir trabajando,
que le quitaron el apartamento…en silencio esperaba la respuesta de su tío,
pensando que estaría furioso y decepcionado.
- Así es la vida hijo. A veces
llueve sobre mojado. Los males no vienen solos, pero no te preocupés, ya
saldremos de esta -una pausa permitió acomodar los pensamientos de los dos-
¿Como estás haciendo para dormir?
- En un carro abandonado, ahí he acomodado
algunas cosas que quedaron, las otras las vendí porque no podía andarlas. Hay
espacio para los dos.
- Vamos pues, ya voy a recuperarme y vos también, ya
verás. ¿No estás tísico como yo?
- No, no. En la clínica me dijeron que lo que
yo tengo es asma.
- Parece lo mismo .
- Pero no, tío.
Al llegar con su tío a lo
que ahora sería el nuevo hogar, sintió una presión en los ojos que luchaban
por no evacuar el dolor en el líquido que lava las tristezas; pero como todo
hombre formado en las rudas exigencias del campo, donde el machismo obliga
esconder el dolor, no podía debilitarse frente al hermano de su padre. Mejor
pensó en encontrar una forma para ganar dinero y salir de esa situación, de la
que se sentía culpable. Por más que le daba vueltas en su cabeza, no venía a
su mente alguna salida. Tanto él como su tío estaban acostumbrados a ganarse
el pan de cada día, o dicho de mejor manera la tortilla de cada día, por eso
lo más impensable era tener que pedir limosna, pero esa fue la única salida
que se fue abriendo paso.
Pasaron los días y no se acostumbraba a su nueva
situación. Un sábado por la mañana caminaba los callejones del centro de la
ciudad, por un costado del Parque Libertad y ya no pudo más, se sentó en una
acera, Alguien pasó y le regaló 25 centavos. Ahí pensó, voy a ir a buscar a mi
papá. El se había ido a vivir al Puerto de Acajutla con su nueva esposa y
tenía más de 15 años de no verlo. Mientras meditaba el futuro encuentro con su
padre, descubrió que había reunido lo suficiente para pagar el pasaje y se fue
caminando a la estación a tomar tren a Sonsonate. Encontró la casa de su papá.
Al tocar abrió la puerta una señora de mediana edad, morena con un moño en la
cabeza. El se presentó y ella le invitó a entrar. Le sirvió un vaso de agua y
le dijo. Tu papá murió hace un mes, hubieras venido antes. Se fue a una
habitación y regresó con una bolsa de papel. Tu papá no dejó mucho, pero aquí
tienes aunque sea algo para te ayudará un poco. Eran 100 colones y para él en
ese momento era una fortuna.
Al regresar a la capital, fue a comprar un
billete de lotería para vender y le llevó otro a su tío. Empezaron a ganar
dinero y lograron alquilar un apartamento en el centro de la ciudad, en el
barrio La Vega, compraron un par de petates para dormir y una mesita de madera
y dos taburetes para sentarse a comer.
Ahora que de nuevo se ganaban la vida,
tenía una nueva sensación. La vida o Dios les estaba dando otra oportunidad,
pensaba Gabriel ese día en el que le había quedado un vigésimo sin vender y
estaba a punto de correrse la lotería, mientras Iba en busca del cliente del
último numerito. Entró al banco y preguntó por el nombre que le había dado el
portero de un edifico. Salió un joven señor elegante, con camisa manga larga y
corbata, el le explicó que su padre le había indicado que lo buscara porque le
podría comprar el número nueve que le había quedado del billete de lotería.
Solo ese tienes? Si solo ese me ha quedado. Dámelo pues le dijo, y se
desembolsó un cinco colones. Le dio el vuelto y le dijo buena suerte.
Regresó
rápido al apartamento, donde con un pequeño radio recién comprado, escuchó la
radio Nacional para escuchar cuales habían sido los números ganadores. Cuando
dijeron tercer premio, escuchó que terminaba en nueve.
- ¡Tío, el último
número que acabo de vender salió premiado! Era terminación pero del tercer
premio, creo que tiene algo.
- Tenés que ir mañana a darle la noticia y
venderle más Al día siguiente compró otro billete en la oficina de la Lotería
Nacional y pidió la lista de premiados y con ella lo primero que hizo fue ir a
visitar al cliente del banco.
- Ya ve que le di la suerte. -, le dijo mientras
el cliente le recibía con una amable sonrisa.
- Ya veo que me diste suerte.
-
Aquí le traigo, para que siga jugando, quien sabe si esta vez se saca el
premio mayor.
Le compró todos los números y le dio 150 colones de propina. Con
el dinero recibido, invirtió más en comprar mas billetes de lotería, cada vez
tenía mas clientes, pero a finales del año siguiente, no había logrado vender
y ese día se corría la lotería. No pudo salir a intentar venderlo, así que le
quedaron. Bueno, tal vez me saco algo dijo para si mismo, aunque sea
terminación para no perder tanto. Escuchaba la transmisión del sorteo
pendiente de sus números con la esperanza de alguna de que tuviera alguna
terminación. Cuando iban a anunciar el premio mayor, se dijo, viendo su
billete de lotería, que bueno sería que cayera en cero. Cuando empezaron a
anunciar número por número la cifra ganadora, se puso ansioso, y cada vez más
expectante cuando los números iban coincidiendo.
-Tíoooooo, - grító- Nos hemos
sacado el premio mayor.
La última vez que lo vi fue en Metapán, en la estación
del tren, no le reconocí, estaba cambiado, una enorme barba rubia le cubría el
la cara. Me contó su historia y me invitó a visitarlo. Había comprado una
hacienda en Santo Tomás. ¿No me reconocés? Me le quedé viendo fijamente . Ahhh
si...- Soy Gabriel.- Es que estás muy cambiado. - Yo siempre me acuerdo de la
vez que me salvaste la vida. Estábamos trabajando juntos, sembrando frijol en
una de las lomas cercanas al caserío. Empezó a ir hacer sus necesidades, cada
vez fue más constante, en una de esas no volvió, me preocupé y fui a buscarlo,
estaba acalambrado, no se podía levantar. Fui corriendo a una vega cercana,
ahí habían unos árboles de limón, por suerte tenían, corté varios y le hice un
jugo. Se lo tomó como pudo. A los 15 minutos le comenzó a venir la calma y
pudo levantarse. Me lo llevé despacio a la casa.
La vida de Gabriel fue muy
dura pero mirá como logró salir de su tristeza, por eso uno no debe rendirse
cuando está derrotado, uno nunca sabe como y cuando vendrá la oportunidad para
salir del hoyo. Así aprovechó mi padre para darme también uno de sus consejos
favoritos.
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