Huyendo de los fantasmas de mi país, encontré refugio en uno de los
pueblos más pintorescos del lago Atitlan. Los turistas han llenado este
pueblito colgado en las faldas de la rivera del lago.
Después de alojarme en hostal retirado de la zona principal del turismo,
la cual está ubicada en las inmediaciones del muelle, recorrí los
callejones a orillas del lago viendo artesanías, después de caminar me
senté en un bar a disfrutar en medio del ambiente bullicioso de los
visitantes; arriba en el centro de la ciudad el bullicio era por la fiesta
del pueblo.
Al día siguiente, gasté una tarde viendo las montañas al otro lado de lago
Atitlan y el reflejo del sol en sus aguas, sentado en una mesa de uno de
los bares mejor ubicados en San Juan de la Laguna. Con una cerveza que me
duró más de una hora. Sorbo a sorbo hasta el último trago, cuando al fin
se terminó, revisé de nuevo mis bolsillos y calculé que me alcanzaba para
una más. Empezaba el momento más agradable de la tarde, el sol se
preparaba para ponerse sobre los cerros al otro lado del lago. En ese
momento apareció una niña con refajo, de esos coloridos, predominando el
rojo, cabello lacio largo y oscuro, traía un canasto lleno de pulseras de
muchos colores.
-Comprame una – dijo, poniéndose a la par y curioseando el iPad que tenía
sobre la mesa.
- No tengo dinero, le dije para expresar mi negación a su venta y en
realidad porque no tenía, lo último ya lo había reservado para la última
cerveza.
-¿Qué es esto? me dijo- Se puso a curiosear mi iPad.- Y con este lápiz
puedes escribir?.
- Si, escribe ahí si querés.
- Te voy hacer un dibujo.
Hizo un dibujo y me dijo que se llama Silvia y que tiene nueve años y no
habla muy bien el cachiquel porque sus padres quieren que hable bien el
español para que a su hermanita más pequeña no le cueste aprender.
Al final le compré la pulsera y me escribió un lindo recuerdo.
0 Comments:
Publicar un comentario
Gracias por comentar