sábado, 4 de marzo de 2017

Avioncitos de papel


Cada vez que salía para comprar algún alimento para su hogar se detenía en el mirador y contemplaba durante unos cinco minutos la explanada de la ciudad. Un día hace mucho tiempo comenzó tirando papelitos que llevaba doblados en forma de aviones. El camino a casa le llevaba una hora, a la que agregaba disciplinadamente unos minutos viendo la ciudad y el horizonte, tirando al final un avión de papel. Apenas sabía escribir, pero su letra tenía una buena caligrafía con trazos de dibujante.


Un zopilote sobrevolaba en círculos arriba de una loma cercana, en el cerro del fondo una nube avanzaba hacia la ciudad...esa vista le provocó ansiedad y apuró su regreso.

En el pueblo no tenían noticias otra vez. Siempre las hay, pero no la que ella anda buscando, nadie sabe ni ha visto nada; le dijo a su esposo mientras comían calladamente hasta ese momento.

Al ver volar un zope sobre unos valles lejanos, una sombra negra se posó en sus pensamientos...la esperanza de lo peor, cuando ya el tiempo ha ido rasgando el optimismo por una buena noticia por un final feliz  que de un giro a esta profunda tristeza y agonía; ahora se dibuja la esperanza de encontrar el consuelo de saber la verdad que ponga un punto final a la incertidumbre, aunque el dolor quede para siempre.

Las otras manías las fue dejando y se quedó simplemente a hacer avioncitos de papel que tiraba al risco cada vez que bajaba a la ciudad.

Habían encontrado otro cementerio clandestino. Ticas estaba desenterrando los cadáveres para identificarlos. En el cielo los zopilotes sobrevuelan en círculos

Su rutina había cambiado desde ese día en que no llegó a casa y las horas se fueron desojando acumulando ansiedad y desesperación, miedo y dolor, vacío e impotencia. Ahora sus viajes se incrementaron al mil por cien y con cada desentierro se enterraba aún más. ¡Como es tan atinado el verso de Sabines!

Con su cesta bajo el brazo izquierdo y una manta en la mano derecha, subía la empinada cuesta, su menudo, aunque no tan bajo cuerpo, parecía avanzar suspendido en el aíre a pocos centímetros del suelo. Pero más cerca esa ilusión desaparecía al verla arrastrar sus leves pies sobre el suelo.

Otra vez hacía el recorrido de regreso subiendo la pendiente y se detuvo de nuevo ante el mirador, con el avioncito en la mano suspiró y mientras acariciaba los últimos segundos su obra de papel, apareció a unos  metros subiendo esforzadamente en bicicleta un joven que levantaba con una mano un periódico, mientras con la otra sostenía el manubrio y  mantenía el equilibrio. ¡Hay noticias!   gritaba y sacudía su puño en alto. Un ventarrón le

0 Comments:

Publicar un comentario

Gracias por comentar